Un emperador japonés decidió casar a su hija. Era muy bonita, y muchos jóvenes deseaban ser su marido. Así que la chica, eligió a cuatro pretendientes de entre más de cien. Y organizó una competición entre ellos, para ver quién sería el agraciado. Deberían componer un poema, bailar con ella, comprar fuerzas entre ellos, y correr una corriera. Tras las pruebas, resultó que todos continuaban estando igualados. El emperador, impaciente, decidió que deberían jugar un juego de cartas, y que el ganador podría casarse con su hija. La prueba era tan fascinante, que todos los lugareños se juntaron en la plaza del pueblo, para ver tal competición. Los jóvenes japoneses jugaban baccarat japonés. Fue una batalla tensa, pero al final, uno de los jóvenes se proclamó campeón, y se quedó con la mitad de Japón como dote. En este caso, baccarat decidió el destino de la joven y de Japón, y el baccarat japonés se convirtió en el juego favorito de esa provincia.